1 dic 2010

Su interés y curiosidad se centraba sólo en aquellas personas cuyos negocios, oficios, preocupaciones, diversiones y locuras le habían resultado siempre tan ajenos y remotos como el cielo constelado. Por más fácil que le resultara hablar y vivir con todos, e incluso aprender de ellos, sentía que algo lo separaba del resto del mundo. Veía que los seres humanos se entregaban a la vida con un apego infantil o animal que él amaba y despreciaba al mismo tiempo. Los veía esforzarse, padecer y encanecer por lograr cosas que, según él, no merecían aquel precio: dinero, pequeños placeres y escasos honores; los veía reñir e insultarse unos a otros, quejarse de dolores que lo hubieran hecho reír, y sufrir por privaciones que ni siquiera notaría.